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En los últimos años la relación de los jóvenes con la política se ha ido convirtiendo en una cuestión de creciente interés en la mayor parte de los países democráticos, trascendiendo ampliamente el ámbito de la academia y los especialistas en educación. Es posible notar cómo la baja participación, la indiferencia o aún el franco rechazo de los nuevos ciudadanos por la política, que en los 90 se conformaron como tópicos vertebadores del campo de investigaciones en juventudes a nivel global, fue dando lugar a nuevas preguntas de investigación a medida que en el nuevo milenio los jóvenes fueron reincorporándose crecientemente a la vida pública como sujetos políticos y también como categoría clave del discurso y la interpelación adulta.En América Latina el campo de los estudios sobre la juventud emerge precisamente cuando la euforia postdictatorial fue desplazada por lo que en Argentina llamamos la desilusión democrática, término valido para otros países del continente ya que señala el momento en el cual se hizo evidente que entre la democracia formal y la sustancial mediabaaún un largo proceso de construcción, vale decir: el desafío de la genuina democratización. Ya a fines de los 80´, la evidencia de que con la democracia ? parafraseando aAlfonsín- no ?se come, se educa y ni se cura? (o al menos no lo necesario), contribuyó ainstalar un fuerte descrédito de la política frente a la sociedad civil y a debilitar aún más lasendebles instituciones democráticas.Con tales antecedentes, la mirada puesta en los jóvenes ?tanto por los propios políticos como por los intelectuales y académicos- fue en un comienzo el indicador de distintas necesidades de la sociedad cuyo abordaje dio lugar al desarrollo de dos perspectivas teóricas y líneas de acción que cobraron un notable impulso en la región con la profundización de las crisis locales y con su estallido en los primeros años del nuevo milenio, del cual el 2001 argentino resultó emblemático por su virulencia. La primera de ellas está ligada al campo de la educación y expresa la necesidad de formar o educar en y para la democracia a los futuros ciudadanos; y la segunda, al campo de los estudios sociales, responde al reto de viabilizar la inclusión y asegura la supervivencia de ampliossectores de una nueva generación amenazada por procesos de exclusión y empobrecimiento cada vez más salvajes y profundos. En última instancia, estas perspectivas no pueden sino entramarse allí donde la escuela asumió el desafío de formar a los nuevos ciudadanos, que en verdad implica ni más ni menos que educar al soberano.Tal es asi, que podemos observar muy a menudo cómo quienes sostienen que los jóvenes deben ser naturalmente políticos o que la política debe ser naturalmente de los jóvenes,en cuanto detectan una falla en este vínculo no suelen echar las culpas ni dirigir sus esperanzas a la naturaleza sino a las instituciones sociales dispuestas justamente para la domesticación de los zoones politikones, especialmente a la escuela. Pero también quienes piensan, como nosotros, que la capacidad política no surge naturalmente del desarrollo biológico, sino de un proceso cultural de aprendizaje, que incluso contraría a la naturaleza y al sentido común, al plantearse esta problemática también suelen interpelar a la escuela, no como culpable sino como responsable, no como depositaria de esperanzas sino de proyectos.
AUTORES:
KRIGER MIRIAM
AUTOR INSTITUCIONAL: Sin información
Clasificación temática
TEMA:
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SUBTEMA:
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Datos de la edición:
AÑO DE EDICIÓN: 2013
EDITADO EN: Ciudadania y participación: ¿una relación en crisis?
AUTOR / N° Y VOLUMEN: Sin informacion
EDITORIAL: La Asociación
CIUDAD DE EDICIÓN: Montevideo
CANTIDAD DE PÁGINAS: 37-58
ISBN / ISSN: Sin informacion
Palabras clave: